viernes. 10.05.2024
CON LA VIDA POR DELANTE

Viaje

El sonido de la respiración gemía en mi cabeza. Lento, acompasado. Como un descubrimiento, con una fascinación que no esperaba. El compartimento ya no tenía el mismo aroma añejo, veladas quedaron las esencias de madera y tapicería polvorienta. Las nuevas notas confundían mis sentidos, impregnaban la piel. Lavanda, naftalina, agua de rosas, menta. Aún sin abrir los ojos sabía  que ya no estaba sola. Guardaban silencio los viajantes, les delataban sus aires contenidos, la química de su naturaleza.

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Grabado de Felipe Manuel R.G.

No sabría decir el tiempo que llevaba durmiendo, ni en qué momento comencé a compartir la intimidad de mi sueño.

Estaba inquieta, temía que me delatase la evidencia. Seguro que habrían notado que recobré la compostura, que ya no respiraba con la boca abierta. La fuente de saliva que se deslizaba por mi boca hacia la longitud del cuello, en dirección al pecho relajado, se había secado. Me sentía atrapada. Mi nariz, pecosa y respingona, ya no resonaba como el eco de una cueva, mi cabeza ya no traqueteaba alocada sobre el frío cristal.

Fingí inútilmente seguir dentro de la crisálida, a salvo de la inspección  indiscreta.

Los murmullos impacientes no tardaron en llegar, las ganas de hablar de los viajantes se atropellaba en la morbosa lengua. Se removían en los asientos, exasperados, haciéndose notar. Sabían que les escuchaba, que me ocultaba tras un ridículo disfraz. Noté sus encrespadas miradas, los labios apretados, los aspavientos exagerados.

Y mientras tanto, inmóvil, seguía esperando. Con mi pelo negro alborotado, las mejillas prendidas de rubor incontrolado, el vestido de corsé inconvenientemente desajustado, lo botines lejos de mis pies cansados. Con una única pregunta en la cabeza ¿En qué momento llegué a pensar que la soledad de aquel compartimento me pertenecía?

El tiempo se detuvo en los instantes. Entraban y salían los viajantes. La indigna atracción estaba asegurada. Las primeras mil veces fueron incómodas, violentas, pero al igual que un niño que tapa sus ojos jugando al escondite llegué a convencerme de que ojos que no ven corazón que no siente. Justo en ese momento, en ese en el que volví a sentirme cómoda con mi soledad me atreví a jugar.

Imaginé cómo serían, qué ropas llevarían, qué prejuicios provocaría mí deshonrosa presencia, quién les esperaría al parar el tren. Aquel sería un día memorable, estaría en todas las conversaciones nacidas de ese viaje. Sin querer comencé a sonreír. Me sentí osada, valiente, como nunca en mi vida.

Viaje